En el camino de los perros mi alma encontró
a mi
corazón. Destrozado, pero vivo,
sucio, mal vestido y lleno
de amor.
En el camino de los perros, allí donde no quiere
ir nadie.
Un camino que sólo recorren los poetas
cuando
ya no les queda nada por hacer.
¡Pero yo tenía tantas
cosas que hacer todavía!
Y sin embargo allí estaba:
haciéndome matar
por las hormigas rojas y también
por
las hormigas negras, recorriendo las aldeas
vacías: el
espanto que se elevaba
hasta tocar las estrellas.
Un
chileno educado en México lo puede soportar todo,
pensaba,
pero no era verdad.
Por las noches mi corazón lloraba. El
río del ser, decían
unos labios afiebrados que luego
descubrí eran los míos,
el río del ser, el río del ser,
el éxtasis
que se pliega en la ribera de estas aldeas
abandonadas.
Sumulistas y teólogos, adivinadores
y
salteadores de caminos emergieron
como realidades acuáticas
en medio de una realidad metálica.
Sólo la fiebre y la
poesía provocan visiones.
Sólo el amor y la memoria.
No
estos caminos ni estas llanuras.
No estos laberintos.
Hasta que
por fin mi alma encontró a mi corazón.
Estaba enfermo, es
cierto, pero estaba vivo.
Roberto Bolaño
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