Temo
la herida abierta
la
palabra abierta la culpa
temo como me enseñaron a temer: con todo el cuerpo
sin descanso
y ni siquiera el canto basta para limpiar la carcoma
el egoísmo
la caída vertical sobre los hombros
la noche abierta ardiendo en su fulgor.
No hay incendios en mis calles
y sin embargo, yo, mujer de plagas y edificios,
conozco la calma de las bombas
la falsa piedad del hombre armado de memoria.
Veinticuatro animales asoman temerosos de mis manos
ofrecen mi cuerpo en dócil sacrificio
abren la ruina en oscura confesión
y es en la apertura, en la hiriente locura de la entrega,
cuando el débil andamiaje de mis ramas cae
y toda palabra es terco pavor enmudecido.
Yo no canto a la flaqueza
ni al aire despejado de la huida
pero es el refugio de mis huesos este silencio sin carne
este cadáver insistente
que yace detrás de la luz.
Ante la memoria del hombre
nada poseo nada me pertenece
si acaso el silencio la llaga
la honda precipitación en la vergüenza.
Bárbara Butragueño
temo como me enseñaron a temer: con todo el cuerpo
sin descanso
y ni siquiera el canto basta para limpiar la carcoma
el egoísmo
la caída vertical sobre los hombros
la noche abierta ardiendo en su fulgor.
No hay incendios en mis calles
y sin embargo, yo, mujer de plagas y edificios,
conozco la calma de las bombas
la falsa piedad del hombre armado de memoria.
Veinticuatro animales asoman temerosos de mis manos
ofrecen mi cuerpo en dócil sacrificio
abren la ruina en oscura confesión
y es en la apertura, en la hiriente locura de la entrega,
cuando el débil andamiaje de mis ramas cae
y toda palabra es terco pavor enmudecido.
Yo no canto a la flaqueza
ni al aire despejado de la huida
pero es el refugio de mis huesos este silencio sin carne
este cadáver insistente
que yace detrás de la luz.
Ante la memoria del hombre
nada poseo nada me pertenece
si acaso el silencio la llaga
la honda precipitación en la vergüenza.
Bárbara Butragueño
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