viernes, 13 de junio de 2014

Cuando los grandes árboles caen

Cuando los grandes árboles caen,
las rocas en distantes colinas tiemblan,
los leones se agachan
detrás de los altos pastos
e incluso los elefantes
buscan con torpeza estar a resguardo.

Cuando los grandes árboles caen
en los bosques,
las pequeñas cosas se tapan de silencio,
sus sentidos
quedan desgastados más allá del miedo.

Cuando las grandes almas mueren,
el aire a nuestro alrededor se vuelve
ligero, raro, estéril.
Respiramos apenas.
Nuestros ojos apenas
ven con
una claridad que duele.
Nuestra memoria, de pronto agudizada,
examina,
rumia en las palabras bondadosas
no dichas,
los prometidos paseos
que no dimos.

Las grandes almas mueren y
nuestra realidad, pegada
a ellas, también se retira.
Nuestras almas,
dependientes de su
alimento,
ahora se encogen y marchitan.
Nuestras mentes, formadas
e informadas
por su brillo,
se abandonan.
No nos volvemos locos
más bien nos reducimos a una ignorancia indecible
de oscuras y frías
cuevas.

Y cuando las grandes almas mueren,
después de un tiempo la paz florece,
lentamente y siempre
con irregularidad. Los espacios se llenan
con una especie de
confortante vibración eléctrica.
Nuestros sentidos, restaurados, nunca
los mismos otra vez, nos susurran.
Existieron. Ellos existieron.
Podemos ser. Ser y ser
mejores. Porque ellos existieron.

Maya Angelou

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