Bienaventurado el latifundista,
suya será, también, la Tierra
Prometida.
El dictador de las colonias de ultramar
pues su bigote merecerá el
embalsamiento de los años.
Bienaventurado el político que escoge
zapatos con cuña,
su voz será lo único que quede bajo
el peso de una losa.
Bienaventurado el dios minúsculo
porque se rindió en el último peldaño,
el caza recompensas,
suyo es el mérito de los salarios.
Bienaventurado el último poeta,
bienaventurado sea, y alguna plaga reciba.
Los cierra
sobres, siempre que den por terminada su huelga indefinida.
Y así se les sequen los labios, decía
una maldición gitana.
Bienaventurado el lector que cree haber
encontrado el doble sentido,
el marido juguetón que utiliza un puño
americano.
Bienaventurado el cura de mi pueblo,
famoso por sus blancas manos,
los empresarios paternalistas, por
incumplir nueve Mandamientos.
Bienaventurado el consentidor de
plegarias porque de él será el privilegio del último suspiro,
el saqueador de columnas, también
bienaventurado, inventor de los paraguas desechables.
Bienaventurado el pescador de aguas
bravas, el cuerno del unicornio, la figura de Buda en estado
catatónico, el arlequín alegre, bienaventurado el domador de
mariposas, el carcelero que realiza horas extras, el listo y la
lista, el amo de la casa, las casas sin cosas, los santos oficios.
Bienaventurado el marmolista, merecedor
de los royalties de nuestros epitafios y amén.
José Antonio Fernández