viernes, 29 de junio de 2012

La mirada de mi padre

Mi padre mira cuando mira, como si adivinara lo que pienso.

Atesoran sus profundos ojos

la magia de la edad del hombre sabio en su mejor momento.

Y yo lo miro y él también,

y aunque no pregunte, sus ojos me lo dicen todo.

Son capaces, los luceros de mi padre,

de encontrar respuesta a mis preguntas

antes de siquiera hacerlas.


Los ojos de mi padre tienen el fuego incandescente de la hoguera,

poseen la paz de los trigales ondulando risas al contacto del Mistral.

Los ojos del viejo, miran como sabe mirarme la aurora

cuando despierta cada día entre los cabellos de la noche que se aleja,

dejando en el olvido a más de alguna estrella desvelada.


Ojos penetrantes llenos de profunda esencia,

espejos calmos que detentan fibras íntimas si del amor se trata.

Ojos que profesan la ternura de la lluvia

y las vueltas que el hilo da al coser la piel del arrepentimiento.

Contienen el silencio del universo en su agonía,

abrigan la esperanza necesaria en mis horas de tristeza

cuando la desolación me atrapa.


La mirada de esos ojos ofrece agua en el desierto,

derraman la bonanza de la luna en su prístino vestido,

y saben controlar las tormentas desatadas que transitan en mi alma;

me miran cuando los miro, atentos a mi queja.


Arropan con beneplácito mis dudas y mis aciertos,

jamás dejan de mirarme porque están en mi.

Los ojos de mi padre, ahora son míos y de nadie más.


José Santana Prado

miércoles, 27 de junio de 2012

Por culpa de los números

Por culpa de los números
estuve siempre mal en todo cálculo.
Por no poder usar los logaritmos
la cuenta de mi vida se fue al suelo.
Jamá hallé mi siete
ni pude poner cifras a mis letras.
No supe el porcentaje de mis fraudes.
Tal vez por eso mismo
no tuve nada exacto.
Por no poder restar decimales
me fui llenando de humo,
de vientos y palomas
y nunca pude ser un tres resuelto.
Se me quedó en la nada
mi signo con tu máxima potencia.
Y siempre me rebotan
las gélidas fracciones del olvido.
Por culpa de los números
no me entendieron nunca.
Por culpa de esas plagas
jamás hallé la ruta de la lógica,
jamás un mar tranquilo,
jamás un tiempo eterno.
Por no poder hacer raíz cuadrada
no tuve un edificio de esmeraldas
ni alfombras voladoras.
Me fui quedando pobre,
sin amuletos propios
ni talismanes mágicos.
Por olvidar el álgebra
no pude ser brillante
y apenas me quedaron las gaviotas
y un cráneo lluvioso
en donde hace columpio el arcoiris.
Por culpa de los números
se me cayó la casa de la suerte
y hasta el amor más firme
se fue por la tangente.

lunes, 25 de junio de 2012

Desheredados

En mi sueño viajaba por el mundo
contemplando muy triste
la realidad de los espejos.

Los niños trabajaban en las minas
con sus pulmones sucios por el polvo,
con lágrimas de asbesto
como desheredados
desde su nacimiento.

Otros niños andando en las basuras
recogiendo las pilas o el metal,
para poder venderlos en mercados
con el alma infinita, sin raíces,
sin futuro ni alba.

Niños de uno y dos años
ordenando ladrillos en fábricas sin ley,
cobrando medio euro cada día.

Y niñas en prostíbulos
de apenas nueve años,
viviendo en un castigo sin indulto,
sin solución de nada.

Desperté de mi sueño
y constaté con pena
que la realidad era peor.


Ana Muela Sopeña

sábado, 23 de junio de 2012

Tú,
a quien la vida ha dado la espalda,
porque ni la vida te quisieron dar.

Tú,
que no vives la infancia que te toca,
que creces a tu contra y tu pesar,

Tú,
que no sabes lo que es la mano de otro,
si no es para violarte o por matar.

Tú,
nacido de odio y engendrado de odio,
tú no sabes que cerca hay otra mano,

que nacer duele.

Y tú debes volver a nacer.




Anna Rossell

jueves, 21 de junio de 2012

Canción para un niño en la calle

A esta hora exactamente,
Hay un niño en la calle...
¡Hay un niño en la calle!

Es honra de los hombres proteger lo que crece,
Cuidar que no haya infancia dispersa por las calles,
Evitar que naufrague su corazón de barco,
Su increíble aventura de pan y chocolate
Poniéndole una estrella en el sitio del hambre.
De otro modo es inútil, de otro modo es absurdo
Ensayar en la tierra la alegría y el canto,
Porque de nada vale si hay un niño en la calle.

A esta hora exactamente,
Hay un niño en la calle...
¡Hay un niño en la calle!

No debe andar el mundo con el amor descalzo
Enarbolando un diario como un ala en la mano
Trepándose a los trenes, canjeándonos la risa,
Golpeándonos el pecho con un ala cansada;
No debe andar la vida, recién nacida, a precio,
La niñez arriesgada a una estrecha ganancia
Porque entonces las manos son inútiles fardos
Y el corazón, apenas, una mala palabra.

A esta hora exactamente,
Hay un niño en la calle...
¡Hay un niño en la calle!

Pobre del que ha olvidado que hay un niño en la calle,
Que hay millones de niños que viven en la calle
Y multitud de niños que crecen en la calle,
Yo los veo apretando su corazón pequeño,
Mirándonos a todas con fábula en los ojos,
Un relámpago trunco les cruza la mirada,
Porque nadie protege esa vida que crece
Y el amor se ha perdido, como un niño en la calle...

A esta hora exactamente,
Hay un niño en la calle...
¡Hay un niño en la calle!



Armando Tejada Gómez- Argentina

martes, 19 de junio de 2012

Contra la literatura

No hay nada más inútil que escribir.
Nada más dependiente que los libros.
Pero Alberto me llama y me pregunta
"¿Qué te está pareciendo mi novela?"
Y yo le digo bien, salvo este punto
y el momento en que dice esto y aquello
y él escucha y anota y bien parece
que aquí estamos haciendo algo importante.

Quién pudiera vivir fuera de un libro,
juntar en un hatillo las palabras
y haciéndose a la mar decir "Adiós;
me voy para morir entre las fauces
de una auténtica bestia, les regalo
la curva de mi espalda, mis bolígrafos,
el impreciso sueño de la gloria,
la implacable derrota de mi olvido".

Ben Clark

domingo, 17 de junio de 2012

Canción de cuna para un gobernante

Duerme tranquilamente que viene un sable
a vigilar tu sueño de gobernante.
América te acuna como una madre
con un brazo de rabia y otro de sangre.
Duerme con aspavientos, duerme y no mandes
que ya te están velando los estudiantes.
Duerme mientras arriba lloran las aves
y el lucero trabaja para la cárcel.
Hombres, niños, mujeres, es decir: nadie,
parece que no quieren que tú descanses.
Rozan con penas chicas tu sueño grande.
Cuando no piden casas pretenden panes.
Gritan junto a tu cuna.
No te levantes aunque su grito diga:
"Oíd, mortales".
Duérmete oficialmente, sin preocuparte,
que sólo algunas piedras son responsables.
Que ya te están velando los estudiantes

y los lirios del campo no tienen hambre.
Y el lucero trabaja para la cárcel.

María Elena Walsh

viernes, 15 de junio de 2012

Más allá del amor

Todo nos amenaza:
el tiempo, que en vivientes fragmentos divide
al que fui
del que seré,
como el machete a la culebra;
la conciencia, la transparencia traspasada,
la mirada ciega de mirarse mirar;
las palabras, guantes grises, polvo mental sobre la yerba,
el agua, la piel;
nuestros nombres, que entre tú y yo se levantan,
murallas de vacío que ninguna trompeta derrumba.

Ni el sueño y su pueblo de imágenes rotas,
ni el delirio y su espuma profética,
ni el amor con sus dientes y uñas nos bastan.
Más allá de nosotros,
en las fronteras del ser y el estar,
una vida más vida nos reclama.

Afuera la noche respira, se extiende,
llena de grandes hojas calientes,
de espejos que combaten:
frutos, garras, ojos, follajes,
espaldas que relucen,
cuerpos que se abren paso entre otros cuerpos.

Tiéndete aquí a la orilla de tanta espuma,
de tanta vida que se ignora y se entrega:
tú también perteneces a la noche.
Extiéndete, blancura que respira,
late, oh estrella repartida,
copa,
pan que inclinas la balanza del lado de la aurora,
pausa de sangre entre este tiempo y otro sin medida.

Octavio Paz

miércoles, 13 de junio de 2012

Retornos del otoño

Nos dicen: Sed alegres.
Que no escuchen los hombres rodar en vuestros cantos
ni el más leve ruido de una lágrima.
Está bien. Yo quisiera, diariamente lo quiero,
mas hay horas, hay días, hasta meses y años
en que se carga el alma de una justa tristeza
y por tantos motivos que luchan silenciosos
rompe a llorar, abiertas las llaves de los ríos.

Miro el otoño, escucho sus aguas melancólicas
de dobladas umbrías que pronto van a irse.
Me miro a mí, me escucho esta mañana
y perdido ese miedo
que me atenaza a veces hasta dejarme mudo,
me repito: Confiesa
grita valientemente que quisieras morirte.

Di también: Tienes frío.
Di también: Estás solo, aunque otros te acompañen.
¿Qué sería de ti si al cabo no volvieras?
Tus amigos, tu niña, tu mujer, todos esos
que parecen quererte de verdad, ¿qué dirían?

Sonreíd. Sed alegres. Cantad la vida nueva.
Pero yo sin vivirla, ¡cuántas veces la canto!
¡Cuántas veces animo ciegamente a los tristes,
diciéndoles: Sed fuertes, porque vuestra es el alba!

Perdonadme que hoy sienta pena y la diga.
No me culpéis. Ha sido
la vuelta del otoño.

Rafael Alberti

lunes, 11 de junio de 2012

Hace falta estar ciego

Hace falta estar ciego,
tener como metidas en los ojos raspaduras de vidrio,
cal viva,
arena hirviendo,
para no ver la luz que salta en nuestros actos,
que ilumina por dentro nuestra lengua,
nuestra diaria palabra.
Hace falta querer morir sin estela de gloria y alegría,
sin participación de los himnos futuros,
sin recuerdo en los hombres que juzguen el pasado sombrío de la Tierra.
Hace falta querer ya en vida ser pasado,
obstáculo sangriento,
cosa muerta,
seco olvido.

Rafael Alberti

sábado, 9 de junio de 2012

Nuevos acordes

Sé que si le grito fuerte
el silencio se acongoja.
Sé que si la piso duro
es la piedra la que llora.
Sé que si camino aprisa
se me derrumban las hojas.
Por eso voy con cuidado,
acariciando las formas,
mirando a un lado y al otro
y respetándolas todas.
Que hay quien se duele del cuerpo
y a mí me duelen los hombres
y las cosas.

Pedro Garfias

jueves, 7 de junio de 2012

Ningún perro

Ningún perro se resiste a un hueso
pero los chicos tienen hambre en este país.
Por la noche se oyen ladrar
a los perros que no han comido
pero los chicos son hijos del silencio,
los ves en el olvido de los caminos polvosos
o en las urbes mugrientas,
quizá a la vuelta de tu esquina.
Los perros tienen sociedades que los protegen,
los chicos tienen sociedades
que imaginan buenas excusas,
la imaginación dice: leyes de mercado
y nadie entiende nada pero hay que estar de acuerdo,
la imaginación dice: delincuencia juvenil
y todos se vuelven moralista,
dice: superpoblación
y superabundan los moralistas,
dice: caída del salario promedio,
línea de indigencia, desocupación
entonces la imaginación baila y se excita
y se publican hermosos estudios
con la mejor tecnología window,
dice efe-eme-i y no hay nada que hacer,
los chicos pierden todo lo que tienen
y adelgazan mientras otros engordan
y eructan satisfechos.
Por que un hueso no se le niega a ningún perro
pero los chicos deben reunir muchos requisitos,
llenar numerosos formularios,
adecuarse a las tendencias neoliberales,
hacer cursos junto a banqueros y políticos,
jurar por la patria que la historia ya fue,
y todo eso sólo
para cubrir necesidades básicas,
para llenar la canasta mínima de la sobrevivencia;
y el idioma se les hace muy complicado
la estructura los asfixia
y si aman a algún militar
no es Perón ni San Martín ni mucho menos Videla
se tatúan en el brazo el rostro del Che
y hablan su media lengua que no tiene madre ni padre.
Pero los perros ladran en la noche,
mientras los chicos son unos ojos oscuros sin brillo,
hay uno a la vuelta de tu esquina,
otro quizás ya no,
la codicia y la "imaginación"
apagó su llama débil,
pero tu mano tiene calor,
y tienen fuegos tus pasos... Pero qué estamos haciendo cuando vacilamos,
qué estamos haciendo cuando no hacemos nada.

Roberto Malatesta

martes, 5 de junio de 2012

El burro en la escuela

Una y una, dos.

Dos y una, seis.

El pobre burrito

contaba al revés.

-¡No se lo sabe!

-Sí me lo sé.

-¡Usted nunca estudia!

Dígame ¿por qué?

-Cuando voy a casa

no puedo estudiar;

mi amo es muy pobre,

hay que trabajar.

Trabajo en la noria

todo el santo día.

¡No me llame burro,

profesora mía!


Gloria Fuertes

domingo, 3 de junio de 2012

Cadena perpetua

Como árboles
hay hombres que aferrados al destino,
atan sus raíces a la nada
y besan sólo el aire
que llega hasta sus brazos...
Desconocen del río su silueta,
la magia de su cuerpo vaporoso,
su alimento.
Sus anclas sólo visten el óxido
de un séquito de días infinitos.
La obsesiva soledad no les permite
ser abrigo de trinos y perfumes.
No saben de la vida...
tampoco de la muerte ;
son fetiches asentados a un único paisaje,
gris,
sombrío,
vestido de rutina.
Como árboles
hay hombres
que sólo han conocido
un único camino.

Guillermo Quijano Rueda

viernes, 1 de junio de 2012