viernes, 6 de noviembre de 2009

IV

Pues no tiene sentido votar en la asamblea
ni juzgar a los hombres entre los heliastas.

Ni conseguir honores como dogmas
que castran voluntades cuando miran.

Ni ser de una ciudad, ni reclamar la tierra
como una posesión de luz inveterada.

Ni atesorar en vano en la cintura
la enredadera inútil de la muerte.

No puede haber fronteras entre la mar y el viento,
ni entre el árbol, la rama, los juncos y los montes.

No puede haber frontera entre los labios
del hombre con el hombre. Neciamente,

la guerra es la mirada flotante de un cadáver
escupida en la hiedra que surge en sus entrañas.

Mirad después el mar: la suave curva
lame el dulce pretil de las bahías.

J. Antonio Moreno Jurado

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